ACORDAR Y TRANSFORMAR
Por María Elena Caram
I. Introducción
La implementación de la ley 24.573 de conciliación y mediación obligatoria (Adla, LV-E 5894) ha
dinamizado una dirección posible de la mediación: la mediación para el acuerdo.
Sin duda, cuando se tiene en cuenta que buena parte del sentido de la ley –tal como surge de los
informes parlamentarios que la acompañaron - es lograr una mejor administración de justicia a
través de la descongestión de los tribunales, el acuerdo es transformar, entonces, este es el objetivo
más evidente del proceso.
Ello no impide advertir el sólido propósito de la ley en cuanto a favorecer el cambio de concepción
cultural y social con relación a la solución de conflictos, objetivo que en cuanto a la difusión del
sistema se ha cumplido invalorablemente.
Pero, hoy por hoy, cuando se evalúa la eficiencia de un centro de mediación, o de un programa o
experiencia de mediación, y hasta de un mediador, ésta se mide por el número de acuerdos
alcanzados.
No es esta la única mirada posible con relación al sentido de la mediación. Podemos hablar de otra
línea de trabajo. Ambas traslucen una ideología básica diferente con relación al conflicto, buscan
fines primarios distintos y por ende presupone el uso de técnicas e intervenciones también diversas,
que pueden configurar diferentes estilos de mediador: una es la llamada mediación para el acuerdo,
que antes mencionamos, y la otra es la llamada mediación transformativa, sobre la que tan
sensiblemente se han expresado Barush Bush y Folberg.
Quisiera, en forma breve, delinear ambos modelos, o marcos y después discernir si un mediador
puede trabajar con ambos, o si por el contrario resultan excluyentes.
Lo que sí estoy segura no debiera hacerse es olvidar la existencia de uno y otro, porque ello puede
implicar un sombrío empobrecimiento de la tarea profesional, riesgo al que siento se exponen
muchos mediadores si adoptan una actitud escéptica en atención a la por ahora reducida cantidad
de casos que reciben a través del sorteo previsto por la ley 24.573.
II. El conflicto
Para quienes participan de la ideología básica que implica la búsqueda primordial del acuerdo, el
conflicto se visualiza centralmente como un problema a resolver.
El problema deviene de necesidades que las personas no logran satisfacer de manera compatible.
Si bien muchas veces la gente elige evitar la confrontación, y por ende no encara la resolución de su
conflicto, el camino natural es tender a buscar algún modo en el que estas necesidades se vean
satisfechas. Prueban negociar entre ellos, y cuando ya no es posible, recurren a la intervención de
un tercero, como puede ser el mediador.
La tarea se dirige entonces a tratar de buscar satisfacción de estas necesidades, usando, por
ejemplo, las pautas básicas de los mecanismos colaborativos, donde se intenta superar el mero
diagrama distributivo de la creación de nuevas opciones, para trabajar con ellas, rumbo hacia el
acuerdo.
No quisiera que esta caracterización sugiriera un dejo despectivo hacia la mediación “acuerdista”,
aunque algunos señalen sus deficiencias.
Adviértase que no se está pensando que mediar para el acuerdo implique restringirse a una
mediación posicional –que, dicho sea de paso, sus buenas artes requiere-, ni tampoco que el
mediador limite a las partes en su necesidad expresiva o que esto resulte de un trabajo superficial.
Significa que la búsqueda está orientada hacia el más alto grado de satisfacción posible de las
necesidades en juego, lo que por cierto no es poca cosa, pero no puede desconocerse que la
adopción de este modelo importa necesariamente consecuencias en el diseño de la mediación.
Para el modelo transformativo, en cambio, el conflicto conlleva un desafío a la capacidad de
superación de las personas y al esfuerzo por lograr un mejoramiento personal y en relación con los
demás.
Bajo esta mirada, el conflicto no es un problema a resolver sino una fecunda ocasión para ayudar a
la transformación de los individuos comprometidos. “Concede al individuo”, diría Folberg, “la
oportunidad de sentir y expresar cierto grado de comprensión y preocupación por un semejante, a
pesar de la diversidad y la discrepancia”.
Transformar a los individuos, implica también transformar a la sociedad. La mediación es el método
que permite ayudar a esta transformación6.
III. Objetivos
La mediación para el acuerdo tiene, como objetivo de trabajo, el mejoramiento de la situación de las
partes a través del acuerdo; la mediación transformativa tiene como propósito el mejoramiento de las
partes mismas. No se descartan, por cierto, los acuerdos: favorecida la relación entre las partes, los
acuerdos vendrán por añadidura, pero éstos serán “auténticos y equilibrados”, “ya que no hay un
modo eficaz de abordarlos sin crear riesgo de hacer más mal que bien”.
Este objetivo se alcanza a través del desarrollo conjunto de dos conceptos: La revalorización y el
reconocimiento.
La revalorización supone realizar y fortalecer la propia capacidad como individuo para enfrentar y
luchar con las circunstancias adversas y problemas de todo tipo.
El reconocimiento supone realizar y fortalecer la propia capacidad como individuo, es decir, alcanzar
algún grado de revalorización para experimentar y expresar preocupación y consideración por los
otros especialmente si éstos están en una situación diferente de la propia.
Estas dos dimensiones del crecimiento humano configuran los efectos más importantes de este
modelo de mediación.
No quisiera transmitir una resonancia abstracta de estos conceptos y que por ello parezcan ideas
míticas que por inalcanzables se vuelvan inaplicables. Mas adelante trataré de explicar cómo se
traducen en movimientos precisos y técnicos concretos dentro del proceso.
IV. Agenda
El mediador que trabaja para el acuerdo elabora una agenda de trabajo con las cuestiones centrales
a solucionar, descartando aquellos temas intangibles que no está dispuesto a profundizar,
sencillamente porque, en su esquema, si bien acompañan y explican aspectos del conflicto, no se
consideran aptos para ser trabajados dentro del ámbito acotado de la mediación, y
consecuentemente, el esfuerzo se concentra en la definición de los problemas que sí han de integrar
el acuerdo.
Ello no quiere decir que el mediador bajo esta impronta agenda, no permita y aliente el desahogo de
las partes, o favorezca la expresión de sus estados de ánimo. Es más, muchos mediadores trabajan
dentro de este modelo muy sensitivamente, llegando a las partes con escucha auténtica y genuina
comprensión; pero suele suceder que estos momentos pueden quedar como meros desahogos sin
un cierre nítido, o que sencillamente sirvan para suavizar la agresividad o ansiedad de las partes,
removerlas como un obstáculo y poder así avanzar en la búsqueda del acuerdo. En el modelo
transformativo, la agenda se constituye centralmente con las cuestiones intangibles propias de cada
situación, dirigiendo el sentido del procedimiento a obtener paso a paso la legitimación personal que
torna a cada parte en un real protagonista, y ensancha la mirada de cada uno con la percepción de
la existencia del otro, a través del reconocimiento.
V. Técnicas en Juego
La mediación para el acuerdo trabaja con las que Folberg llama evaluaciones globales de las
circunstancias de las partes. Soslaya así aspectos minuciosos, crónicas de conversaciones previas,
secuencias pormenorizadas en el tiempo sobre las que las partes suelen abundar y manejar, como
dije, las situaciones de enojo o agresividad como un impedimento para concentrarse en el proceso.
Es decir que en los relatos de las partes va eligiendo aquellos lineamientos que entiende pueden ser
útiles para el diseño del acuerdo, evitando desvíos que aparezcan como improductivos.
Ello conduce a que pueda obtener una definición de los problemas, los despeje de las cuestiones
intangibles, y los proponga como los temas centrales a considerar. Esta selección le permite al
mediador caracterizar la disputa, y en un extremo podría decirse hasta “categorizarla” y recurrir así a
su propia “jurisprudencia”; es decir, su universo de experiencia profesional en el que a casos
parecidos correspondieron acuerdos con determinados contenidos.
En contraste con este esquema, la orientación transformadora trabaja con la mircroevaluación de los
movimientos de las partes. “El mediador se concentra en las pinceladas y no en la imagen global del
cuadro”.
Es así que las pequeñas secuencias, los dichos de las partes, sus intercambios pasados y actuales,
aun cuando los mismos están referidos a las cuestiones sustanciales traídas, son resignificados con
miras a destacar el poder de cada parte y la comprensión de la otra.
Para ello alienta a las partes en sus expresiones personales, sus elecciones, sus propias
definiciones de los problemas, y se utiliza cada paso del proceso para obtener la revalorización y el
reconocimiento.
VI. Estilos de Mediador
Ambos marcos configuran diversos estilos de mediador. El mediador que trabaja para el acuerdo,
sostiene Folberg, es claramente más directivo, ya que concentra en sí mismo la facultad de elegir
cuáles son los aspectos centrales del problema, según su propio criterio de definición del mismo,
donde con una mirada extrema, casi pasa a convertirse en una parte más, con un interés propio
(hallar una buena solución al problema), de modo que las soluciones se vuelven del tipo “gana-ganagana”.
Naturalmente la consecuencia más peligrosa de esta modalidad intervencionista la constituye la
influencia sutil, casi inadvertida por los participantes, donde los movimientos prescriptivos quedan
disimulados, pero conducen a que las partes consideren como propias soluciones que en realidad
no lo son, sino que provienen del mediador, y que, en el fondo, los dejen insatisfechos,
menoscabando así la probabilidad de cumplimiento y lastimando el principio de autocomposición. Si
en realidad las partes no eligieron genuinamente la posibilidad de salida, resulta difícil que
experimenten la fuerza que subyace en la autodeterminación.
A su vez “categorizar” la disputa, lleva a que el mediador piense que los casos hasta son “repetidos,
y presuponga, como dijimos, que puede predecir el tipo de solución, bajo la idea de que si algo fue
bueno para un caso, también lo será para éste, y en consecuencia, trabaje para ello.
Desde la óptica transformativa, el mediador evita dar forma a las cuestiones, propuestas o términos
del acuerdo. Difícilmente cuestione las expresiones de las partes, y menos aún pondrá las propias
sobre la mesa, sino que se limitará a plantear interrogantes para que las partes reflexionen,
alentando que compartan la información, el análisis de la misma, las opciones que surjan,
privilegiando el reencuadre de los problemas y el intercambio de percepciones, a la presión
conducente hacia el acuerdo.
Todo ello implicará que la disputa aparezca con características propias, porque si se atiende a la
infinita gama de relaciones personales en juego, el universo posible es tan rico y amplio, que su
tarea será siempre renovada y diferente, y su capacidad de asombre se mantendrá casi intacta,
pudiendo recuperar la frescura que al oficio concede lo novedoso. Recuerden a León Felipe.”…Que
no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo…”
Cuando escribo estas cosas pienso en muchos mediadores que nos transmiten cierto desaliento
porque sus casos se repiten (“otro más de chapa y pintura”), y sostengo que aunque sea un
momento de su mediación, o una mediación entre varias, las partes tienen que sentir este efecto
transformador, porque entonces el mediador experimentará esta ráfaga renovadora y profunda, tan
necesaria para el estímulo que merece su difícil tarea.
No hay razón para esperar que ello sólo suceda en las mediaciones por conflictos familiares (como a
veces se tiende a dar por supuesto), porque las relaciones patrimoniales también suelen estar
impregnadas de estos aspectos, aunque a veces el pasado se resuma en el momento súbito de un
accidente de tránsito y las partes aspiren a no compartir un solo minuto en el futuro, y es más, si
pueden no verse nunca más, mejor aún.
VII. Movimientos específicos
Una parte se verá revalorizada en la mediación si:
Con relación al conflicto, comprende con claridad cuáles son sus auténticas metas (intereses en
la terminología de Harvard), sus alternativas (y opciones), y el grado de control que tiene sobre
las mismas, así como de los recursos con los que cuenta y su posibilidad de distribuirlos o
acrecentarlos.
Con relación al procedimiento advierte genuinamente su poder de autodeterminación para
decidir si permanece o no en la mediación, si acepta un asesoramiento o decide un curso de
acción.
Con relación a sus habilidades para manejarse en el conflicto, experimenta escuchar,
comunicar, analizar, evaluar y proponer.
Con relación a su capacidad de decisión si puede recapacitar sobre los diferentes pasos previos
a la toma de decisiones y advertir el grado de libertad con que cuenta para ello.
El proceso de revalorización puede verse como un pasaje gradual que va desde un Momento I,
donde predomina en la parte la sensación de conmoción, desorganización e inseguridad propias de
quien se encuentra en conflicto; hacia un Momento II, en el que se logra la sensación de confianza
personal que implica tomar consciencia esclarecida de su situación en el conflicto, su
autodeterminación y autonomía, aun dentro del marco de límites externos dentro de los que pueda
moverse.
Una parte puede proporcionar reconocimiento a la otra cuando alcanza su propia revalorización,
puede desconectarse de su propia situación y darse las opciones siguientes:
Considera la situación del otro, cómo vive el conflicto, cómo ve las cosas, las siente o las
proyecta, no como una mera estrategia (en el sentido de Harvard) sino como un acto sincero de
comprensión.
Cuando además desea hacerlo
Cuando lo piensa de verdad
Cuando lo reconoce expresamente
Cuando lo refleja en actos
En resumen “sobrepasa sus propios límites para relacionarse con lo que la otra persona tiene de
humano”.
El proceso de reconocimiento implica el pasaje de un Momento I en el que la sensación de amenaza
y agresión por la conducta y las pretensiones de la otra parte, generan una concentración en la
propia posición y necesidades que se revela a través de actitudes hostiles hacia el otro; hacia un
Momento II, en el que se sobrepasa la concentración en sí mismo para otorgar reconocimiento al
otro bajo las formas antes enumeradas.
Ambos objetivos son movimientos de ida y vuelta, con voltaje variable, que se dan en pequeños
pasos, sin desperdiciar un resquicio de la comunicación desplegada. La revalorización puede
alcanzarse siempre con trabajo del mediador sobre la reflexión y receptividad de las partes; el
reconocimiento (auténtico) no siempre, porque no puede ser forzado, y depende de la voluntad de
los participantes, ya sea que ésta brote espontáneamente o por sutil provocación del mediador.
Alcanzar en una mediación revalorización y reconocimiento es independiente del acuerdo, y en su
más alto sentido se logrará si las partes pueden frente a una nueva situación, trasladar a ésta el
surco marcado por este diferente tratamiento del conflicto.
VIII. ¿Cómo se desenvuelve un mediador en el modelo transformativo?
Dije antes que la altura moral de los objetivos de la mediación transformativa, puede sugerir cierto
aire abstracto que la vuelva inaccesible en el desempeño cotidiano.
No es así, y muchos mediadores aplican algunas de sus pautas, aun intuitivamente, sin la
intencionalidad de estar conformando un modelo ortodoxo.
Pasemos al quehacer concreto del mediador.
Los lineamientos básicos pueden condenarse en estos tres puntos:
1. Microenfoques de los aportes de las partes
Todo el material informativo que las partes acercan es alentado por el mediador quien posee su
atención en todas las expresiones de las partes, intentado obtener de cada intervención los
elementos que permitan avanzar hacia la reflexión y autoderminación de los participantes.
Una aplicación directa de ello es, por ejemplo, no consentir la impresión de las partes de que la
finalidad de la mediación necesariamente conduce al arreglo caracterizándola así en el discurso
inicial, sino reemplazando esta expresión por “la invitación a reflexionar conjuntamente en este
ámbito acerca de sus verdaderas posibilidades dentro del conflicto y su toma de decisiones acerca
de las mismas.”
Del mismo modo, se puntualizará cada vez que sea necesario que la fuerza resolutiva no se
concentra en el mediador, como las partes pueden tender a creer, sino en ellas mismas, no sólo en
cuanto a los acuerdos finales, sino en cuanto cada aspecto del procedimiento: la confección de la
agenda, la presencia de otros participantes, etcétera.
Desde el punto de vista de la técnica de comunicación más rica en este tramo, la constituiría, a mi
entender, la escucha auténtica del mediador. Hablo de un mediador con la frente despejada, que no
juzga, no censura, no se anticipa al conocimiento y ubicación de las partes, y que les hace sentir que
nada tienen que demostrarle para probar su valía, porque sabe, como dice Haynes en su Premisa 7,
que “cada persona tiene un sentido común y una sabiduría innata, aunque las circunstancias nos
desconecten de ello y nos hagan actuar de forma irracional, pero justamente el tercero puede
ayudarnos a reconectarnos con nuestra propia sabiduría”16.
2. Alentar a las partes a deliberar y adoptar decisiones propias.
Ello se alcanza cuando se ayuda a las partes en el esclarecimiento de los aspectos caóticos del
problema, la desagregación de sus elementos, tanto en cuanto a lo que realmente necesitan como a
sus genuinas posibilidades, y la fuerza decisoria que sobre la misma conserva. Señalarle a la parte
su aptitud para discernir estas cosas, para poder escuchar, para transmitir, etc., conducen al mismo
objetivo.
Quizá las preguntas reflexivas constituyan una de las técnicas más brillantes para este tramo, es
decir aquellos interrogantes dirigidos a la partes para que vuelva la mirada sobre sí, se separe de la
“Cuando el mediador busca lo bueno que hay en la gente no lo ciega la conducta que los cliente exhiben temporariamente en las negociaciones…porque es de lo que hay de esencialmente bueno en las partes en disputa que emerge una solución razonable” (HAYNES, John M.,“La mediación en el divorcio”, p.45, Ed. Granica, Buenos Aires.
Quizá las preguntas reflexivas constituyan una de las técnicas más brillantes para este tramo, es
decir aquellos interrogantes dirigidos a la partes para que vuelva la mirada sobre sí, se separe de la información y busque nuecas respuestas? ¿Cómo se siente ahora frente a estas posibilidades?
¿Qué le impide elegir? ¿Cómo le afectan estas cosas? ¿Qué puede hacer diferente para
modificarlo? ¿Qué desea de verdad hacer?.
3. Alentar la utilización de perspectivas
Tomar en cuenta todas las expresiones de disculpa, de reconocimiento, de admisión de la verdad de
las descripciones, es una manera de preparar el camino para el reconocimiento entre las partes.
Pero sin duda una de las tareas más fecundas del mediador en este sentido es contribuir a
esclarecer las diferentes percepciones acerca de las cosas, la compatibilidad de las mismas y llevar
a la comprensión de una lógica que privilegie la diversidad de las percepciones, aun a costa de
renunciar a la solidez de la lógica basada en una única verdad.
Sin duda la técnica más efectiva son las preguntas circulares, es decir, aquellas preguntas abiertas
que motivan a la parte a colocarse en el lugar del otro (¿Cómo piensa que se habrá sentido la otra
parte frente a esto? ¿Qué piensa que necesita la otra parte? ¿Qué le ayudaría a usted si estuviera
en el lugar de la otra parte?.
IX. ¿Es posible aunar ambos modelos?
Folberg y Busch señalan que no es posible la integración de ambos enfoques y aunque el mediador
efectúe los movimientos concretos que impliquen la búsqueda de la revalorización y el
reconocimiento de las partes, el trabajo enderezado hacia el acuerdo subsume estos intentos,
condicionando el proceso y determinando una actitud del mediador.
Personalmente entiendo que cabe efectuar una distinción entre la índole de los conflictos que se
acercan a nuestra mesa de mediación y advertir cuándo aquellos pasan por temas
predominantemente relacionales o cuándo ello no es así.
En los primeros casos no hay duda de la inmensa riqueza de recurrir al modelo transformativo, y del
mismo modo en los aspectos relacionales que puedan aparecer en conflictos de otra naturaleza.
Pero aun cuando no apliquemos el modelo en su mayor plenitud, existe un conjunto de
intervenciones mínimas que resultan inexcusables, y que son movimientos precisos que conducen a
nutrir la revalorización y reconocimiento. Ellos son:
Respetar todas las decisiones de las partes, aun las procedimentales que no se sientan,
naturalmente, destructivas del proceso (no del acuerdo) y que por ello traigan más frustración;
Insistir en la necesidad de mejoramiento de las partes más que en la firma del acuerdo;
Tomar todo indicio de acuerdos preexistentes y jerarquizarlos;
Reiterar cuantas veces sea necesario que el mediador no resuelve, sino esas partes;
Convalidar con las partes la composición de una agenda siempre abierta a nuevos aspectos que
puedan aparecer;
Capturar todo mensaje de disculpa y todo asentimiento aunque sea parcial a un aspecto que
puedan aparecer.
Detenerse en las cuestiones aparentemente intangibles, escucharlas, incorporarlas y
comprometer el esfuerzo para que sean atendidas (no solucionadas);
Tratar que las partes definan sus cuestiones.
Postergar cualquier modalidad de proponer opciones hasta el momento de impase total, y allí
sólo con técnica cuidadosa;
Preguntar y escuchar, antes de afirmar y enseñar.
Convalidar cada progreso como resultado de la actividad de las partes;
Provocar la comprensión (no justificación recíproca) de la diversidad de las percepciones.
¿Acordar o transformar? ¿acordar para transformar? ¿transformar para acotar?.
Aunque la respuesta resuene poco rigurosa desde el punto de vista de la coherencia interna del
modelo, yo diría acordar y transformar, porque pienso en un mediador comprometido con su oficio,
donde cada uno de sus movimientos tenga una dirección útil y noble sobre las personas que las
circunstancias han acercado a su labor.
Y a quienes tiene el privilegio de participar en la edad temprana de la mediación en la Argentina -y
también por ello la pesada carga de sufrir sus resistencias- les corresponde la responsabilidad de
transmitir una mediación de alta calidad, donde las personas y sus cuestiones, sus preocupaciones y
sus esperanzas sean honradas con fina habilidad profesional y vigorosa conciencia ética. Si esto se
logra, todos se llevarán algo inolvidable después de haber compartido ese proceso, aunque a veces
sólo parezcan logros silenciosos que perduren en el ámbito reservado de la sala de mediación.